El entorno cultural está atravesando una transformación profunda que está modificando de manera estructural la vida en sociedad, y, con ello, el mundo del trabajo. Esta reconfiguración es el resultado en la irrupción de nuevos grupos en el ámbito laboral -ya sea por migración, integración de sectores tradicionalmente excluidos o la incorporación de nuevas generaciones- que traen consigo visiones del mundo, valores éticos y expectativas radicalmente distintas. El resultado es un entorno laboral crecientemente heterogéneo, en el que conviven múltiples formas de entender el trabajo, la autoridad, el propósito y el éxito.
Un factor clave en esta transformación es el recambio generacional. Por ejemplo, la generación millennial -nacida entre 1980 y 2000- ha comenzado a asumir posiciones de liderazgo en las organizaciones y a heredar el poder económico de generaciones anteriores (Pearson, 2017). Esta generación, marcada por experiencias como la crisis financiera de 2008, tiende a mostrar una mayor aversión al riesgo y un escepticismo hacia las instituciones tradicionales. Sus valores también difieren en aspectos fundamentales: Muestran una fuerte preferencia por esquemas laborales más flexibles, jornadas reducidas y trabajo remoto, así como por una mayor implicación de las empresas en el bienestar físico, mental y emocional de los trabajadores (Gartner, 2025).
Al mismo tiempo, se observa una creciente valoración por parte de esta generación a políticas de Diversidad, Equidad e Inclusión (DEI). El siguiente gráfico, muestra el porcentaje de empleados por edad que opinan que enfocarse en temas DEI es una mala idea (amarillo), una buena idea (verde) o no es ni buena ni mala (gris). Al mirar el gráfico se hace claro como distintas generaciones muestran actitudes contrastantes respecto al valor de priorizar la diversidad en el entorno laboral, revelando la fragmentación de los consensos valóricos.

En los últimos meses ha surgido una fuerte reacción en contra de las políticas DEI. Por ejemplo, en Estados Unidos la administración del presidente Donald Trump ha emprendido una lucha cultural directa contra estas nociones. Como muestra de ello, el 20 de enero de 2025, el presidente Trump firmó una Orden Ejecutiva que ordenaba el desmantelamiento de todas las iniciativas relacionadas con DEI en el gobierno federal. Esta orden también revocó la Orden Ejecutiva que, desde 1965, prohibía a los contratistas federales discriminar en el empleo por motivos de raza, color, religión, sexo, orientación sexual, identidad de género u origen nacional, y exigía programas de acción afirmativa para promover la igualdad de oportunidades laborales.
Lejos de ser una contradicción, lo anterior refuerza el punto central de este tercer driver: el entorno laboral se está transformando en un espacio de confluencia entre visiones del mundo profundamente diversas. El antiguo supuesto de un marco ético común entre colaboradores ha dejado de ser válido. En su lugar, las organizaciones reúnen a personas con valores en tensión, moldeados por diferencias generacionales, trayectorias culturales, experiencias migratorias y contextos socioeconómicos.
Esta convivencia -frecuentemente atravesada por contradicciones- no solo hará más compleja la toma de decisiones, sino que instalará un escenario donde la cohesión interna no podrá darse por sentada. Aunque resulta imposible anticipar qué valores predominarán en el futuro, lo que sí parece inevitable es que la coexistencia -y en algunos casos, el conflicto- entre estas distintas perspectivas, un rasgo estructural del futuro del trabajo (PwC, 2024).