El cambio climático ha dejado de ser una proyección futura para convertirse en una realidad ineludible que está redefiniendo los fundamentos socioeconómicos a nivel global. Los últimos años han marcado hitos sin precedentes: 2024 fue el año más cálido del que se tenga registro, con temperaturas globales 1,54 °C por encima de los niveles preindustriales, superando los umbrales establecidos en el Acuerdo de París. Esta tendencia ascendente ha sido señalada por la Organización Meteorológica Mundial (OMM) como una consecuencia directa de la actividad humana (ONU, 2020).
Las repercusiones del cambio climático afectan a la gran mayoría de los habitantes del planeta en diversas dimensiones. Por ejemplo, la Organización de Naciones Unidas (ONU) reportó que casi dos tercios de las ciudades con más de cinco millones de habitantes están ubicadas en zonas con riesgo de subida del nivel del mar, y cerca del 40% de la población mundial vive a menos de 100 kilómetros de una costa (ONU, 2020).
Asimismo, el cambio climático afecta directamente a la seguridad alimentaria, debido a que la degradación del suelo limita la capacidad de la tierra para retener carbono. Como resultado de esto, actualmente 500 millones de personas habitan zonas afectadas por la erosión del suelo, y hasta el 30% de los alimentos se pierden o desperdician como consecuencia de estas transformaciones ambientales (ONU, 2020).
Los impactos económicos también son significativos. Se estima que el 90% de los desastres naturales de la actualidad están relacionados con el clima, con un costo anual de 520 mil millones de dólares para la economía mundial. Olas de calor, sequías, tifones y huracanes son cada vez más frecuentes y afectan la infraestructura, el abastecimiento de recursos y la estabilidad de cadenas de suministro a nivel global.
Ante este panorama las empresas, organizaciones y países completos enfrentarán la necesidad de adaptarse y generar nuevos modelos productivos alineados con la sostenibilidad. Esto implica el desarrollo de nuevas competencias, la incorporación de tecnologías verdes y la reformulación de procesos para reducir el impacto ambiental. Al mismo tiempo, la transición hacia una economía sostenible abre oportunidades en sectores emergentes -la llamada ‘green economy’-, donde la innovación y la tecnología jugarán un papel clave en la mitigación de los efectos del cambio climático (PwC, 2024).
Chile se encuentra en una posición privilegiada para liderar la transición hacia una economía verde. El desierto de Atacama, por ejemplo, es reconocido como el lugar con mayor radiación solar del planeta, lo que lo convierte en un sitio ideal para el desarrollo de energía solar fotovoltaica y termosolar. Este potencial ha impulsado el crecimiento de sectores vinculados a energías limpias y sostenibilidad. De hecho, en 2022 Chile ya contaba con más de un millón y medio empleos verdes, equivalentes a casi el 17% del total de ocupaciones del país, superando por primera vez ese año a los empleos generados por industrias contaminantes (El Pais, 2024).